Un programa desarrollado por la Federación de Mujeres de Sucumbíos que agrupa a 110 organizaciones de mujeres y aproximadamente 1.500 socias.
Agencia EFE
La provincia amazónica de Sucumbíos guarda en sus entrañas parte del petróleo que alimenta la economía de Ecuador, y en la superficie, una lacerante realidad de violencia contra las mujeres que, no obstante, tienen la posibilidad de abrir una «Puerta violeta» para sobrevivir.
Se trata de un programa desarrollado por la Federación de Mujeres de Sucumbíos, región fronteriza con Colombia, que agrupa a 110 organizaciones de mujeres y aproximadamente 1.500 socias, que tienen el apoyo de la Agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR).
Bajo el lema «No estamos solas, estamos todas», la Federación está conformada por mujeres campesinas (80 %) y de sectores urbano marginales (20 %). El 85 % son ecuatorianas y el resto colombianas.
Nacida en 1987, la Federación busca transformar las condiciones de vida de las mujeres fortaleciendo su proceso organizativo y trabajando para erradicar toda posible expresión de violencia.
La impunidad mata
Envuelta en una vivencia de contradicciones al ser una zona rica en recursos naturales, la provincia de Sucumbíos deja ver altos niveles de pobreza con déficit en temas educativos, de salud y una compleja situación de violencia hacia las mujeres.
«En la estadística nacional se dice que 6 de cada 10 mujeres en el país son víctimas de cualquier tipo de violencia», pero en Sucumbíos, «ocho de cada diez mujeres sufren algún tipo de violencia, ya sea física, psicológica, sexual o patrimonial», comenta a Efe Amparo Peñaherrera, integrante de la Federación.
También parte de la agrupación, Ruth Elvira Sánchez apunta que es «sumamente grave» la situación en Sucumbíos, con un número de femicidios «importante, una impunidad muy grande en la justicia y una situación invisibilizada todavía».
«La impunidad mata», dice tajante.
«Puerta violeta» y «Casa de acogida»
La Federación apoya a las mujeres en temas de salud preventiva, en organización económica y políticas públicas, entre otros, con el respaldo de la Unión Europea y la ONU.
Uno de los ejes de apoyo es la «Puerta violeta», un escenario en el que un equipo atiende a niños y adolescentes -con los que trabajan, entre otros, en temas de incesto-, y otro grupo ayuda a las madres de éstos, víctimas de violencia.
En este espacio, buscan también acabar con la dependencia económica de las mujeres maltratadas y por ello, han emprendido en una fábrica de ropa reciclada y un servicio de comida.
Pero hay más: tienen también un espacio cultural «para la desobediencia doméstica», con el que pretenden «deconstruir el patriarcado» y reconstruir colectivamente los poderes personales.
Pero la Federación también ofrece una «Casa de acogida», abierta las 24 horas de todos los días, para albergar a mujeres violentadas y sus hijos que no tienen una red de apoyo fortalecida.
Allí les ofrecen atención de un equipo interdisciplinario: trabajadora social, psicóloga, abogada y facilitadoras que atienden a los menores.
Trabajo con mucho amor
Mientras las madres albergadas en la «Casa de acogida» acuden a sus trabajos, sus pequeños reciben cuidado especializado, como el de Ángela, una española que llegó en enero a Sucumbíos, provincia con más de 176.000 habitantes, más de 83.000 de los cuales son mujeres.
Educadora de profesión, Ángela se encarga de niños de hasta cinco años para trabajar en la «deconstrucción» de roles de género, a través del lenguaje y del uso de elementos lúdicos, como una casa de juguete en la que se puede ver a niños peinando muñecas y a niñas con destornilladores o imaginándose conduciendo autobuses.
Se aplica un trabajo «con mucho amor» en la mediación de conflictos pues los niños han vivido «algo muy brusco en su vida», comenta a Efe la española, que utiliza también el teatro, la lectura de cuentos y la decodificación de emociones para apoyarlos.
«Intentamos también ayudar a las mamás en una educación no violenta, una crianza más amorosa», señala al anotar que entre los menores a su cargo hay indígenas shuar, quichuas, así como hijos de colonos y también de colombianos, venezolanos y cubanos.
Con una media de entre 15 y 16 menores bajo su cuidado al día, la española confiesa que uno de los capítulos más duros de su estancia lo marcó el relato de una pequeña sobre el arresto de su padre por tocarle las partes íntimas.
Hogar, ¿lugar seguro?
Para Peñaherrera, una de las formas «más crueles y brutales de la violencia» es el incesto, que pone de manifiesto la «errónea creencia» de que el hogar es el lugar más seguro.
Basada en datos de la Fiscalía, apunta que alrededor del 90 % de delitos sexuales contra menores y adolescentes en Sucumbíos se han cometido «en el entorno familiar».
Por ello, impulsan acciones para que se reconozca al incesto dentro del Código Integral Penal como un delito autónomo y no como un agravante dentro de la violencia sexual.
La Federación -dice- quiere romper las cadenas de violencia, el patriarcado y el machismo para que las mujeres gocen de los mismos derechos que otros tienen «sólo por el hecho de haber nacido varones».