La frágil estructura de mando de las organizaciones criminales y su fragmentación tras la muerte de sus cabecillas genera gran parte de la violencia en las cárceles del Ecuador. Las pandillas se disputan el control de los centros penitenciarios.
Redacción TIERRA DE NADIE
El número exacto de presos asesinados todavía era inexacto a seis días de la tercera masacre en la Penitenciaría del Litoral, en Guayaquil. No fue sino hasta el domingo 3 de octubre que el Gobierno aseguró que había retomado el control de la situación, no así del centro de reclusión en donde, según el último reporte, murieron 119 personas.
El martes 28 de septiembre Ecuador presenció la mayor masacre carcelaria de su historia. Primero se conoció del asesinato de 26 reos y se habló de 48 heridos. Las cifras fueron cambiando con las horas y, al día siguiente, el presidente Guillermo Lasso confirmó que fueron 116.
El viernes 1 de octubre, la ministra de Gobierno, Alexandra Vela, dijo que no eran 116 sino 118 muertos confirmados, además de 79 heridos y 39 presos fueron trasladados a un hospital con heridas de gravedad. Al día siguiente, la cifra aumentó a 119 muertos.
La razón del brutal aumento en las cifras es que apenas al segundo día de la masacre la Policía pudo ingresar a los pabellones 9 y 10 de la Penitenciaría, en donde hallaron decenas de cadáveres. Para esto, cabe mencionar que en el centro penitenciario existen zonas controladas por bandas criminales a las que ningún policía puede entrar, ni siquiera se hacen requisas en estos lugares y las llaves para ingresar las manejan los mismos presos.
Más allá de las cifras, la ministra de Gobierno soltó un dato estremecedor que dio cuenta de los niveles de violencia en la masacre: entre decapitados, mutilados e incinerados, hasta el 1 de octubre, apenas 41 de los 119 cuerpos pudieron ser identificados, dado que las condiciones de algunos cadáveres no permitirían establecer una identidad.
“Lastimosamente, en las condiciones que llegaron no son para hacer un trabajo rápido y técnico”, explicó el coronel Henry Coral, director técnico científico de la Policía Judicial (s).
Hasta el sábado 2 de octubre fueron identificados 101 cuerpos y, para eso, fue necesario revisar sus huellas dactilares, reconocimiento facial y aplicar métodos de antropología forense: revisión de dentaduras, fracturas, operaciones o tatuajes y, en algunos casos, pruebas de ADN.
Los detonantes de la masacre
El lunes 27 de septiembre, el coronel Fausto Cobo fue removido del Servicio Nacional de Personas Privadas de Libertad (SNAI), para ser designado director del Centro de Inteligencia Estratégica. En su lugar asumió el coronel Bolívar Garzón, quien estuvo a cargo de la cárcel de Cotopaxi.
Este no fue el detonante de la masacre; sin embargo, los días de un cambio de mando son particularmente sensibles para las redes criminales, que aprovechan cualquier momento de transición política para intentar reafirmar su control en una zona, reestablecer sus redes de comunicación o/y generar inestabilidad en el sistema.
En la Penitenciaría del Litoral existen diferentes grupos criminales que se disputan el control y ese control pende de un hilo por el posible traslado de los cabecillas de estas organizaciones a otros centros carcelarios. Al interior de las cárceles existe cierta tensión y expectativa por estos traslados, pues el liderazgo de cada grupo podría verse afectado en cada pabellón.
El traslado de los cabecillas de Los Lobos y Tiguerones estaba a la vuelta de la esquina y Los Choneros, mientras celebraban la fiesta de cumpleaños de uno de sus líderes conocido como alias ‘Junior’, enviaron a sus rivales el mensaje de que ahora ellos tenían el control de la cárcel. Este fue el detonante de la última masacre y sucedió la noche del 24 de septiembre, en el pabellón máxima seguridad de la Penitenciaría.
Tiguerones y lobos planificaron un ataque desde los pabellones que ellos controlan (pabellones ocho y nueve, respectivamente). Su objetivo era eliminar a los cabecillas de Los Choneros y el plan fue ejecutado el martes 28 de septiembre. Ese día hirieron a José Adolfo Macías Villamar, alias ‘Fito’; y Junior Roldán Paredes, alias ‘Junior’.
Guerra de bandas o una pelea por el liderazgo
En Ecuador, Los Choneros y Los Lagartos se disputaban el control de las principales cárceles del país, incluso creando o reclutando a otras pandillas para que trabajen por ellos en penitenciarías específicas.
Los Lagartos es una organización conformada por Los Cubanos y Los Gorras, dos bandas criminales con un enemigo en común: Los Choneros. Los Cubanos eran comandados por William Poveda Salazar, alias ‘El Cubano’; y, el líder de Los Gorras era Giovanny Mantilla Ceballos, alias ‘Gorras’. Él controlaba el microtráfico en Guayaquil y tenía antecedentes penales como miembro de Los Latin Kings.
La pelea entre choneros y cubanos en las cárceles ecuatorianas data desde el 2009 y duró casi una década. En 2018 que alias ‘Gorras’ fue encarcelado, acusado de delincuencia organizada, a cambio de protección buscó un acercamiento con los cubanos y se unió a Los Lagartos.
Una vez consolidada la alianza entre gorras y cubanos, la batalla contra los choneros cobró fuerza. La violencia aumentó y, en mayo de 2019, el Gobierno ecuatoriano declaró una crisis carcelaria, desplegando al Ejercito y trasladando a los cabecillas y miembros más violentos a diferentes centros penitenciarios, con el objetivo de desarticular las estructuras de mando de las pandillas.
El efecto de los traslados masivos de presos no fue positivo y dio como resultado la creación de subgrupos en el sistema penitenciario, alimentando la guerras de pandillas en todo el país.
Días después de declarada la crisis carcelaria, los choneros asesinaron a alias ‘Cubano’ de una forma brutal. Alias ‘Gorras’ sumió el mando de la organización y contratacó, librando una guerra feroz contra Los Choneros, pero muere contagiado de Covid-19 en junio de 2020. Esto debilitó a Los Lagartos, pues las distintas pandillas que componen el grupo se quedaron sin su líder central para coordinar sus acciones.
Al mes siguiente, los choneros atacaron a sus rivales para tomar el control de la Penitenciaría del Litoral. Como resultado, el 5 de septiembre de 2020, una fracción de Los Lagartos depuso las armas y negoció una tregua con los choneros.
Al Igual que Los Lagartos, Los Choneros es un grupo conformado por diferentes bandas. Los Lobos y Los Tiguerones -presentes en la masacre del 28 de septiembre-, al igual que otras agrupaciones delictivas conocidas como Las Águilas, Los Fatales, y Chone Killers funcionaban como subgrupos aliados de Los Choneros, y todos eran comandados por Jorge Luis Zambrano González, alias ‘Rasquiña’ o ‘JL’, pero este fue asesinado el 20 de diciembre de 2020, luego de salir en libertad gracias a una jugarreta legal para reducir su pena de 20 a ocho años de prisión.
Tras su muerte se formaron alianzas, Los Lobos, Chone Killers y Tiguerones se agruparon por su cuenta bajo el nombre de Nueva Generación y se volvieron en contra de Los Choneros por el control de territorios.
Según el portal especializado InSideCrime, esta fragmentación del poder parece haber generado gran parte de la violencia en las cárceles ecuatorianas este año, incluida la reciente masacre, en tanto las pandillas más pequeñas se enfrentan a sus antiguos patrones.
Actualmente, Los Lobos tienen presencia en los centros de reclusión de Tungurahua, Chimborazo, Azuay y El Oro; y se disputan con Los Choneros el control de los presidios de Cotopaxi, Santo Domingo, Manabí y Guayas.
Ambos grupos mandan en las cárceles del Ecuador y tienen nexos con los cárteles mexicanos que, a su vez, se disputan el control de las rutas para el tráfico de cocaína en Ecuador. Los Choneros actúan como un tentáculo del cartel de Sinaloa y Los Lobos tienen una alianza con el cartel Jalisco Nueva Generación.
La masacre del 28 de septiembre de 2021 en la Penitenciaría del Litoral no fue parte una disputa por el control de una ruta del narco, sino el resultado de la pelea por el liderazgo que inició con la muerte de Rasquiña.