La vacunación nos protege de enfermar por el SARS-CoV-2, un virus con el que la humanidad acabará conviviendo, como ya lo hacemos con los resfriados o la gripe estacional. Y cuanto antes estemos todos vacunados, antes dejará de ser un problema grave.
Agencia SINC
La pandemia se acabará, y para que esto suceda no hará falta que el nuevo coronavirus desaparezca del planeta. La comunidad científica coincide en señalar que el SARS-CoV-2 se convertirá en un virus respiratorio endémico, como ya lo es, por ejemplo, la gripe estacional.
“Probablemente veremos una evolución del virus”, comenta Beatriz Mothe, especialista del servicio de enfermedades infecciosas del Hospital Germans Trias i Pujol en Badalona, cerca de Barcelona. “El virus se irá adaptando”, pronostica.
Los motivos son varios, pero pueden resumirse en dos: la vacunación no eliminará por completo el SARS-CoV-2 y probablemente el virus evolucionará para seguir contagiando de forma más leve, sin matar al huésped.
Por un lado, las vacunas previenen de las formas más graves del COVID-19, pero aún no han demostrado que sean capaces de cortar de raíz la transmisión del virus ni cuánto durará la inmunidad provocada por la vacuna. De momento, a lo largo de la historia los programas de vacunación han logrado acabar por completo con dos enfermedades: la viruela y la peste bovina, que no afectaba a los humanos, pero provocó una gran escasez de alimentos.
Por otro lado, los virus necesitan un huésped como los humanos para replicarse y sobrevivir. Por lo tanto, su lógica evolutiva no es la de matar al huésped, sino la de continuar infectando para reproducirse en él.
“Este virus ha venido para quedarse, vamos a seguir conviviendo con él”, asegura Sonia Zúñiga, viróloga del Centro Nacional de Biotecnología del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CNB-CSIC). Algunos de los factores que incidirán en la conversión del nuevo coronavirus en un viejo conocido son su velocidad de propagación y el ritmo de vacunación.
Un artículo periodístico en la revista Nature añadía otros argumentos que respaldan la tesis de que el coronavirus no desaparecerá de nuestras vidas. Algunos de los factores que pueden reforzar la circulación del SARS-CoV-2 en el planeta son las reticencias de algunas personas a vacunarse y un posible cambio de comportamiento de las ya vacunadas al sentirse más seguras. Por eso es importante que después de vacunarnos sigamos manteniendo las medidas de protección: mascarilla, higiene, ventilación y limitación de las interacciones sociales.
El final de la fase aguda de la pandemia llegará con la generalización de la vacunación, que debe extenderse a todo el mundo. Hay estudios que calculan que esto no sucederá hasta 2024 por la distribución desigual de dosis, según el Centro de Innovación en Salud Global de la Universidad de Duke (EE UU).
A partir de entonces, según la hipótesis de una proyección publicada a principios de 2021 en la revista Science, el virus circularía menos y causaría síntomas menos graves.
Los autores de este estudio asemejan el SARS-CoV-2 a otros cuatro coronavirus, ‘primos hermanos’ suyos, que causan el resfriado común; y lo diferencian de sus antecesores SARS-CoV y MERS-CoV, que emergieron en 2002 y 2012.
La fase pospandémica estará influenciada por factores como la reinfección, la estacionalidad y la competición con otros virus para imponerse sobre ellos, según otro trabajo publicado a finales de 2020, también en Science.
Sobrevivir a toda costa: nuevas variantes
La aparición de nuevas variantes del SARS-CoV-2 puede complicar el panorama. A pesar de que muta menos que otros virus, como el de la gripe o el del VIH, ya han surgido nuevas variantes más contagiosas, pero no más mortales. Sus mutaciones se concentran en la proteína S de su corona para engancharse mejor a las células humanas y continuar infectando.
“En cierto sentido, le estamos dando oportunidades al virus para ir adquiriendo nuevas mutaciones y ventajas evolutivas, como nuevas variantes que se transmiten mejor y son capaces de evadir la respuesta inmune”, dice Francisco Díez, investigador del Centro Nacional de Microbiología del Instituto de Salud Carlos III (CNM-ISCIII).
Por ejemplo, la mutación D614G apareció en enero de 2020 y en medio año acabó siendo la variante dominante en todo el mundo, sustituyendo al virus original que se detectó en China, según la Organización Mundial de la Salud (OMS). Esa nueva versión del virus era más infecciosa y transmisible que la anterior. Ahora, todas las variantes actuales provienen de esta.
Una de ellas es la VOC-202012/01, que suma la mutación N501Y, identificada por primera vez en el sudeste de Inglaterra, que, en menos de dos semanas, ya se había extendido por todo Reino Unido, también según la OMS.
O en Sudáfrica, donde la variante viral 501Y.V2, que incluye otras mutaciones adicionales en la proteína S de la corona, como la E484K y la K417N, se ha asociado con una mayor carga vírica, lo que se traduciría en una capacidad de transmisión mucho mayor, apunta la OMS.
“Estas son las armas que tiene el virus para sobrevivir: modificar su genoma”, explica Díez, que ha estudiado la diversidad genética del nuevo coronavirus en España desde el inicio de la pandemia.
“Si el virus continúa en esta línea es muy difícil de eliminar, como pasa con el virus de la gripe —subraya Zúñiga—. Por eso, esperamos que conviva con nosotros y los casos graves que cause sean cada vez menos”.
Como consecuencia, más allá de las vacunas, que quizás se tendrán que actualizar cada cierto tiempo, los tratamientos también serán clave para tratar los casos más graves, que necesiten atención especial.