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Galápagos: el paraíso que vive la violencia en Ecuador a su manera

Si bien es una provincia de Ecuador, los datos de homicidios e inseguridad que vive el país continental no se aplican a lo que sucede en este archipiélago, anexado al país el 12 de febrero de 1832. Pero eso no significa que delincuentes y criminales no le pongan el ojo a estas islas.

EDUARDO VARAS C. PERIODISTAS SIN CADENAS

Ella agarra las maletas de los turistas que acaban de salir del Aeropuerto de San Cristóbal. Las sube sin dificultad al maletero de su rover, acostumbrada a ese peso. Son varias las personas que van a quedarse en su hotel en Puerto Baquerizo Moreno, la capital de la provincia de Galápagos, y por eso lleva a algunas de ellas en su propio carro, mientras las demás se suben a un taxi: una de las tantas camionetas blanca, doble cabina, que circulan por San Cristóbal y Santa Cruz, las dos islas habitadas más grandes del archipiélago.

Ya en camino al hotel, los visitantes —que vienen de Quito y de Guayaquil— se sorprenden al ver decenas de motos; aproximadamente 20 en cinco minutos de trayecto.

—Aquí se usa muchísimo la moto —dice ella, con la amabilidad propia del isleño. 

—¿Y no les roban? —pregunta una de las mujeres que acaba de llegar a Galápagos.

—No, no… aquí no es como el continente —responde.

E inmediatamente da detalles que los viajeros confirmarán en horas. Como, por ejemplo, que puedes caminar por Puerto Baquerizo Moreno hasta empezada la madrugada, sin temor a que te asalten; que puedes dejar las puertas sin seguro, que nadie va a entrar y que puedes ir con tu teléfono en la mano sin temor a que te lo arranchen.

—¿O sea, no los vacunan? —otro huésped pregunta.

—No, nada —responde ella.

—¿No hay balaceras?

—No.

—¿Sacapintas?

—¿Los que roban a los que sacan plata del banco? Pues no, no hay —dice ella.

—¡Qué envidia!

Aquí conocen las noticias sobre la inseguridad, pero estar a casi 1.000 kilómetros de distancia tiene sus ventajas. “Las cosas tardan en llegar o simplemente no llegan”, dirá otro habitante de San Cristóbal horas más tarde. 

—Pero aquí pasan cosas de las que preferimos no hablar —reconocerá.

Eso será después. Antes, en el carro, ella cuenta la historia que le hizo comprender la violencia que se vive en el continente: era 2023, una familia llegó de Guayaquil y mientras los llevaba a su hotel, las motos aparecieron en las calles con su inconfundible ruido y entre los turistas, un niño de 8 años empezó a tener un ataque de pánico.

—Se puso a temblar y a gritar y se lanzó al suelo para esconderse. La mamá lo consolaba y le decía que las motos no le iban a hacer nada —se queda en silencio un minuto —. Pobrecito, muy chiquito para estar así.

En Galápagos, esa violencia se mira como si se tratara de un animal raro. Según cifras del Ministerio del Interior, entre enero y marzo de 2025, hubo 2.361 muertes violentas en Ecuador. En esa cifra no se contempla a Galápagos; es decir, mientras en el continente hay más de dos mil asesinatos en tres meses, en el archipiélago que Charles Darwin visitó a bordo de la nave Beagle, en 1835 —y que años después le serviría para el desarrollo de El origen de las especies— no hay una sola muerte violenta. Cero, nada. 

Pero sí pasan cosas que reflejan la violencia de otras provincias.

***

¿Existe presencia de grupos de delincuencia organizada (GDO) en Galápagos? La respuesta dependerá de a quién se lo pregunte. Los residentes consultados afirmaron que sí, que miembros de estos grupos llegan a las islas y todos lo saben. 

Por su parte, la Policía Nacional dice que no, que no hay forma oficial de afirmar eso.

—Pero aquí no operan —dice alguien de San Cristóbal.

—Vienen y se la hemos puesto difícil —complementa un vecino.

¿Difícil cómo? Todos hablan de lo que pasó a inicios de octubre de 2023. A través de fotografías, videos de teléfonos y de cámaras de seguridad de locales y casas, cinco personas fueron identificadas por algunos como miembros de Los Lobos, y por otros como parte de los Choneros —por los tatuajes y porque obtuvieron una foto de la cédula de uno de los y una búsqueda online lo identificó como alguien con antecedentes penales— y se les hizo la vida imposible en Santa Cruz y en San Cristóbal. En grupos de Facebook cerrados y en chats de WhatsApp de vecinos y amigos, estas imágenes se compartían en tiempo real. No hubo movimiento que hicieran que no quedara registrado.

—Sabíamos dónde estaban, por dónde iban. Si se los veía en un lugar o en otro.

—¿Qué consiguieron con eso?

—Estar vigilantes de que no hicieran nada, porque no queremos tener nada que ver con ellos —dice alguien recuerda esos días de revuelo.

Los isleños cuentan que eso significó que los hoteles no los hospedaran y que restaurantes no los atendieran. Les dejaron saber que no eran bienvenidos. 

Ir a Galápagos es un ritual para el turismo mundial y nacional. En enero de 2025, un artículo de The New York Times, definió a Galápagos como el segundo destino para visitar en 2025. Para viajar a las islas hay que adquirir la Tarjeta de Control de Tránsito (TCT) en los puestos del Consejo de Gobierno del Régimen Especial de Galápagos que hay en aeropuertos de Quito y Guayaquil.

Tres militares caminan cerca del malecón de la isla San Cristóbal, en Galápagos. Foto: Eduardo Varas

Para obtenerla hay que dar los datos personales, presentar  boletos de ida y regreso y señalar el hotel o el lugar de hospedaje; además, cancelar 20 dólares. Ya aterrizados en Galápagos, ingresar cuesta 30 dólares para ecuatorianos y entre 100 y 200 para extranjeros. A veces, hay gente que se queda más de los 60 días que tiene para estar ahí como turistas. Si su categoría migratoria es de transeúntes —gente que llega a Galápagos por temas puntuales de trabajo— el tiempo máximo es de 90 días.

Y a veces, la gente que se queda de forma irregular da sorpresas. Como lo evidenció la cuenta de Instagram del Gobierno de Galápagos el pasado 27 de abril, cuando publicó fotografías e información sobre la expulsión de una persona que residía irregularmente y que había sido detenida en un operativo realizado por el Grupo Especial Móvil Antinarcóticos (GEMA) la madrugada del 25 de abril, en Puerto Ayora, isla Santa Cruz. La persona presentó una cédula de identidad que no era la suya y se la detuvo. El texto de la publicación es contradictorio: “el detenido admitió su estancia irregular en el archipiélago y, tras una exhaustiva entrevista, se logró establecer su presunta vinculación con actividades ilícitas asociadas a la banda delictiva conocida como ‘Los Lobos’”.

Es como si no se quisiera reconocer que hay miembros de GDO en Galápagos.

—Vienen para escaparse, porque la Policía los sigue o porque tienen problemas con otras bandas —dice un residente de San Cristóbal. Un vecino asiente con la cabeza.

***

—No tenemos evidencia de que haya GDO aquí —dice el coronel Mauricio Valladares, jefe de distrito de la Policía Nacional en Galápagos. En el momento de la conversación, el 6 de mayo de 2025, Valladares cumplía funciones como comandante subrogante de la subzona Galápagos.

—¿Eso significa que no hay miembros de grupos de delincuencia organizada aquí?

—No, significa que no tenemos certeza que estén operando en Galápagos. 

El coronel Mauricio Valladares aterrizó en San Cristóbal en agosto de 2024 y cuando cumpla un año será relevado por otro oficial y dejará las islas. Al llegar se sorprendió: las casas amuralladas no existen y las viviendas no tienen rejas en las puertas ni en las ventanas. No era algo a lo que estaba acostumbrado.

—El nivel de seguridad es muy alto y la violencia es casi nula —insiste Valladares. 

Sin embargo, el coronel no se toma a la ligera la posible presencia de GDO allá. Dice que hay personas que para intimidar a la comunidad se han atribuido ser parte de organizaciones delictivas como Los Lobos y Los Fatales y también que, en ocasiones, llevan tatuajes y eso los convierte en sospechosos para los isleños. En ocasiones los detenidos ya han sido procesados por delitos en el continente. 

—Los sospechosos que hemos detenido y puesto a las órdenes del Consejo de Gobierno tienen tatuajes que los identifican con ciertas bandas delictivas. Pero insisto, eso no da la certeza de que aquí están operando —dice Valladares.

—¿Qué hacen con esas personas?

—Se las expulsa.

Las personas expulsadas salen de la isla por vía aérea y con una sanción. Según el artículo 100 de la Ley Orgánica de Régimen Especial de Galápagos, el Gobierno de la provincia puede expulsar a las personas con una categoría migratoria irregular. Hasta que se dé ese proceso, la Policía Nacional está obligada a vigilarlas.

Eso sucedió con la persona expulsada a finales de abril. Valladares explica que era alguien que ya estaba notificado de su estado irregular en las islas. Además, había suplantado la identidad de alguien ingresado con la cédula de un galapagueño. 

Es extraño que se diga que no hay miembros de GDO en Galápagos, pero que haya gente detenida y expulsada que diga ser parte de estas agrupaciones. Esa discrepancia tiene lógica para los isleños: se conocen, saben lo que sucede en sus calles, pero prefieren el silencio por temor a represalias o por desconfianza con las autoridades.

***

Habitantes de Santa Cruz  en una mañana cualquiera de abril. Foto: Eduardo Varas

Las islas habitadas no son precisamente las más grandes del archipiélago. Del conjunto de trece islas grandes, nueve medianas y 107 islotes, solo San Cristóbal, Santa Cruz, Isabela y Floreana están habitadas; de ellas, las dos primeras son las más importantes, una por ser capital de la provincia; la otra, por su poder económico. De acuerdo al censo poblacional de 2022, del Instituto Nacional de Estadísticas y Censos, en Galápagos viven 28.583 personas, que es igual al 0.2 % de la población del país.

En San Cristóbal hay 8.300 personas, mientras que en Santa Cruz la cifra se duplica: 17.233 personas.

—Pero aquí en Santa Cruz hay muchas más personas. Gente que llega y que no se va —dice una de las habitantes de la isla. 

De acuerdo a un informe de 2015 de Byron Delgado, investigador de la Fundación Charles Darwin, titulado Gente en Galápagos, en 65 años —desde 1950 a 2015—, “los seres humanos de Galápagos nos hemos multiplicado aproximadamente 18 veces (…) Este dato se puede poner en contexto con sus similares: desde 1950 la población nacional ha crecido 3,5 veces, y la población mundial se ha multiplicado 1,9 veces. Estas cifras evidencian un crecimiento desmedido de la población”. 

A esto hay que sumar el carácter turístico de las islas. Luego de la estrepitosa caída de visitas en 2020 por la pandemia, los números han empezado a recuperarse. De acuerdo a datos de la Dirección del Parque Nacional Galápagos, en 2024 ingresaron 279.277 turistas. Un aumento del 4% con relación al 2022, cuando entraron 267.688 personas; pero un descenso del 15% frente al 2023, año en el que ingresaron 329.475 turistas. 

No hay datos para sostener que la inseguridad influyera en la reducción de visitas entre 2023 y 2024. Pese a esto, hay residentes de Galápagos —donde 80% de su población vive directa e indirectamente del turismo— que ven en la violencia del país esa explicación.

—Hay países que les dicen a sus ciudadanos que vengan con cuidado a Ecuador o que no vengan —dice una mujer de Santa Cruz.

El turismo no es fuente de problemas para la Policía Nacional, dice el coronel Valladares: “Los asuntos de delitos, de algazaras, de libaciones en espacio público, suceden con gente que vive en las islas”. Los nacionales y extranjeros que visitan Galápagos no protagonizan casos que requieran intervención de agentes policiales.

Un lobo marino descansa en una de las grandes piedras volcánicas, a la altura del malecón de San Cristóbal. Foto: Eduardo Varas

Caminar por Puerto Ayora o Puerto Baquerizo Moreno —las ciudades de Santa Cruz y San Cristóbal, respectivamente— le da calma al ecuatoriano continental. Son las 23:00 y hay vida en calles, bares y restaurantes. En ciertas esquinas hay madres jóvenes con sus pequeños hijos en brazos o con niños corriendo alrededor de ellas; a veces suena música a todo volumen. Hay una paz que parece haberse inventado en Galápagos. Los lobos marinos se han adueñado del malecón de Puerto Baquerizo Moreno. Son decenas y decenas y hablan entre ellos, con ese sonido profundo en forma de grito que se curva, como si se estuvieran diciendo alguna grosería. Su olor es penetrante, no molesta, solo es distinto. Son los dueños de esa zona. La gente que ha viajado a Galápagos los mira con atención y distancia. Quienes atienden en los locales tratan con calidez a los viajeros.

—Aquí no le va a pasar nada a un turista, nunca —dice alguien de San Cristóbal.

—Si por ellos vivimos —sintetiza otro.

La persona que atendió a un viajero en un restaurante, a la hora del almuerzo, va a saludarlo por la noche si se lo encuentra por las calles. El taxista que lleva a un grupo de turistas va a ser honesto y recomendará que nadie se bañe en las playas cerca del malecón de San Cristóbal, porque hay un serio problema de contaminación de aguas. 

En enero de 2025, el Parque Nacional Galápagos prohibió temporalmente el uso de dos playas en Puerto Baquerizo Moreno por vertido de aguas servidas. Y en abril pasado, un estudio probó la contaminación en fuentes de agua en Santa Cruz, Floreana e Isabela.

Pese a esto, en Galápagos se vive un sentido de comunidad que sirvió muchísimo en pandemia. “Para darte una idea, en julio de 2019 llegaron 27 mil turistas; en julio de 2020, cuando se reabrieron las operaciones del Parque Nacional Galápagos, llegaron 38”, cuenta Norman Wray, quien fuera presidente del Consejo de Gobierno de Galápagos de 2019 a 2021. Esto obligó al pueblo a sortear las dificultades volviendo al campo —a las zonas rurales de las islas— para alimentarse a través de la agricultura y que las autoridades pidieran que no se despida a nadie del sector público, para que haya dinero circulante y la economía no termine por hundirse. Eso, junto a un gran sentido de pertenencia, repercute sobre la forma en que se llevan y se relacionan todos en el archipiélago. 

—Sabemos quiénes están metidos en cosas raras —dice alguien de Isabela, que usa “cosas raras” como eufemismo de narcotráfico—. Y ellos mismos no quieren que eso se vuelva un problema para los demás. 

Sin embargo, ese sentido de comunidad no ha sido suficiente para alejar a Galápagos del contexto nacional del narcotráfico. Como pasó a inicios de 2021.

***

La noche de enero de 2021, una avioneta Cessna Conquest II aterrizó en el pequeño aeropuerto José de Villamil, de Isabela, tal como lo cuentan Samantha Schmidt y Arturo Torres en una nota publicada en The Washington Post en enero de 2024. No se esperaba el vuelo, así que se alertó a la Policía y cuando llegó, la avioneta había sido abandonada. En ella, ocho bidones; cinco repletos de combustible que se usaría para reabastecer a embarcaciones que trasladan drogas.

Dos meses después, en marzo de 2021, sin que nadie supiera, la avioneta desapareció, como si el mago David Copperfield hubiera hecho su famoso truco de ponerle una tela gigante a un avión y desaparecerlo a la vista de todos. Hasta ahora no se sabe cómo pasó.

Cuando la gente de Galápagos se pone a hablar de narcotráfico, habla de la avioneta. Para los isleños es la prueba de que hay narcotraficantes. Es el punto de partida de una conversación en la que la expresión “lavado de dinero”, es constante.

—¿Si ve ese edificio? —pregunta un residente de Santa Cruz —. Yo no sé de dónde sacaron dinero para hacerlo.

Hay mucho cuidado al hablar de esto Nadie tiene pruebas, pero sí corazonadas. Desde hace varios años se ha hablado de Galápagos como la gasolinera del narcotráfico, por su localización precisa en un corredor utilizado por traficantes de drogas, personas y de especies que conecta Sudamérica con países centroamericanos o con México. De acuerdo a un reportaje de Ecuavisa, lanchas rápidas con bloques de cocaína salen de varios puntos del Ecuador continental y recorren casi mil kilómetros hasta llegar a las inmediaciones de San Cristóbal, donde se abastecen para recorrer más de 1.900 kilómetros y llegar a su destino.

—¿El reabastecimiento sale de San Cristóbal?

—Es una hipótesis de investigación —dice el coronel Mauricio Valladares. Los narcotraficantes, con lanchas más pequeñas, llegarían a la isla para agarrar lo que necesitan, entre combustible, agua y alimentos —. Todo es por contrabando, pero no tenemos certeza porque hasta el momento no hay ningún detenido de aquí, de las islas.

—¿No se puede decir que los galapagueños están metidos en el narcotráfico?

—Oficialmente, no.

Valladares dice que no se puede hablar de narcotráfico en Galápagos ya que los operativos, detenciones y decomisos suceden en mar abierto y no en territorio de las islas.

—No tenemos evidencias de que el narcotraficante esté en Galápagos —dice —. Una vez que se detienen estos cargamentos, todo se traslada a San Cristóbal, donde podemos empezar el proceso de judicialización, de investigación, de custodia de los indicios. Aquí tenemos dependencias de la Fiscalía.

—¿Es más fácil llevar el caso a San Cristóbal que al continente?

—Sí, pero la gente piensa que aquí el narcotráfico se mueve a sus anchas.

Una de las esquinas del centro de Santa Cruz, cerca del mercado. Un punto de encuentro para varias personas. Foto: Eduardo Varas

De enero a abril de 2025, se decomisaron 12 toneladas de “sustancias sujetas a fiscalización” —cocaína y marihuana—, en seis operativos. Esto ha significado la detención de 34 personas. La mayoría de detenidos son de Manabí, no hay nadie de Galápagos. Solo en la última semana de abril se decomisó la mitad de las 12 toneladas y entre los 22 detenidos había un mexicano. Para algunos isleños no tiene sentido que Galápagos sirva de abastecimiento y no tenga narcotraficantes, es como si dos más dos diera por resultado tres.

—Hay teorías por ahí —dice alguien de Puerto Baquerizo Moreno —. Como que vienen a supervisar para que no haya problemas cuando pasen las lanchas con drogas. 

Después de esta frase, hay un pequeño silencio.

***

Si no hay asaltos armados, sicariatos o robos con violencia, ¿qué hay en Galápagos? Hurtos, asaltos pequeños, que los isleños ligan al consumo de drogas. El microtráfico existe y tanto para autoridades como para isleños se financia por un celular, una computadora y hasta una bicicleta que alguien ha agarrado sin el permiso de sus dueños.

Pero esto viene acompañado de una dificultad. Quienes roban para seguir consumiendo están identificados por todos. Muchas veces esto significa que los objetos hurtados aparecen en pocos días y son devueltos o los usan como forma de pago en cantinas. Este tipo de hurtos tiene pocas posibilidades de tener éxito: es casi imposible vender cosas robadas a gente que sabe de dónde viene ese objeto y es igualmente complicado sacarlos de las islas por avión o barco, por los controles que existen. Aunque, en ocasiones, los microtraficantes aceptan estos artículos robados como forma de pago.

Estos robos suelen venir acompañados de un factor adicional: la falta de denuncias, lo que termina con los infractores libres y dispuestos a repetir el delito.

—Hace un tiempo tuvimos un caso de robo grabado por las cámaras que había en un restaurante. Esta persona que se llevó lo ajeno ya tenía 12 procesos por delitos menores, como robo a domicilios, pero estos no prosperaron porque al final los perjudicados no denunciaron —cuenta el coronel Valladares. 

El problema del microtráfico no es reciente. La información en medios sobre operativos contra este delito tiene varios años circulando. Desde la Policía, las acciones de inteligencia para dar con estas redes tienen su particularidad: “El microtráfico, prácticamente, no es complicado. Pero aquí hay un sistema y es que, al estar en una isla muy pequeña, el menudeo se da, como quien dice, de puerta a puerta”, dice Valladares. 

Eso significa que en Galápagos la marihuana y cocaína van a la casa de los consumidores. Esto impide la judicialización de algunos casos porque la cantidad de sustancia que decomisan es reducida. 

—Solo los podemos considerar como consumidores —dice el coronel.

En la noche de San Cristóbal, un vecino cruza los brazos mientras escucha amigos hablar sobre el microtráfico. Levanta la mano para pedir que los demás se callen. Habla de lo que ha visto, de su experiencia, de los chicos que conoce y que consumen. El malestar se abre paso en su voz.

—Nuestros jóvenes están metidos en drogas. Consumen pasta base de coca, marihuana, lo que consigan —dice—. No solo es un tema de que la droga entra, es también que los chicos están solos, sus padres se van meses a altamar como marineros y sus madres también deben trabajar para mantenerlos, entonces pasan solos y se dedican a esto.

Cuenta que hay casos de niños menores de 10 años que ya están consumiendo y eso lo enoja.

—Llega la droga acá porque los que la transportan la echan al mar cuando los marinos los localizan y se deshacen de ella para huir. Entonces flotan esos bloques hasta las playas y ahí la cogen los que la venden. 

—¿Así entra la droga por acá?

—Es una de las formas. Además, la venden muy barato. Lo que en el continente puede valer 300, aquí te lo venden en 20 dólares.

20 dólares es excesivamente barato hasta para Galápagos. Allá, el costo de la vida es mucho mayor que en el continente y en 2015, el Índice de Precios del consumidor —calculado por en conjunto por el INEC, el Ministerio de Trabajo y el Consejo de Gobierno de Galápagos—, definió que los precios en las islas son 80% más que en el resto del país, por lo que el salario básico unificado en Galápagos es casi el doble.

Un camión se detiene para darle paso a una tortuga en una de las vías de Santa Cruz. Foto: Eduardo Varas

La droga en Galápagos sí ha llegado por el mar. De acuerdo a datos de la misma Policía, en 2022, en la isla Floreana, se encontraron en una playa “veinte bloques tipo ladrillo, de forma rectangular”, envueltos en plástico, con 24 kilos de cocaína. Sin embargo, para 2024, esta cantidad se redujo: solo dos bloques —correspondientes a 2,74 kilos de cocaína— fueron encontrados en la playa La Lobería, en San Cristóbal.

—Las sustancias entran principalmente por vía aérea o marítima, en cantidades reducidas y eso hace difícil que la identifiquemos —dice Valladares, el jefe de distrito de la Policía Nacional en Galápagos —. Pueden esconderse en las embarcaciones que vienen con cosas desde el continente o hasta entrar con los turistas que ingresan.

A pesar de esa dificultad, sí hay detenidos por microtráfico. Entre enero y abril de 2025, nueve personas fueron detenidas entre Santa Cruz y San Cristóbal y se decomisaron 400 dosis de “sustancias ilícitas”.

El microtráfico afecta a los habitantes del archipiélago. En junio de 2022 se creó el servicio ambulatorio intensivo en el hospital de San Cristóbal con el objetivo de ofrecer tratamiento a pacientes con problemas de salud mental y de consumo de alcohol y drogas. Las cifras de atención son contundentes: en 2023, el servicio atendió a 275 personas; en 2024, a 570, y de lo que va el 2025, se han atendido a 132 personas.

***

Galápagos es cordial para el visitante. Las playas y sus espacios naturales han sido cincelados por Dios, la fauna conmueve y la flora vuela la cabeza. Pero también padece las complicaciones de cuando un grupo de personas se junta. Todo lo bueno y lo malo se reproduce en las islas, a su manera.

Los turistas no tienen idea de lo que sucede por debajo, y no tienen por qué saberlo. En realidad solo reciben la buena onda que acompaña la belleza del lugar. Pero hay algo más por debajo y no es un secreto a voces. En Galápagos se habla de la violencia en los hogares, la que los hombres ejercen sobre mujeres y niños. 

—¿Qué le puedo decir? Nos debería dar vergüenza eso —dice un hombre de Santa Cruz —. Pero al menos ya se está hablando más del tema.

Desde el Estado se han desarrollado proyectos para combatir este problema, tanto que en el home de la página web del Gobierno de la provincia existe una pestaña sobre violencia de género, que ofrece documentos con información. Hay datos aterradores: “1 de cada 3 mujeres han sufrido/sufren violencia en las Islas Galápagos”.

El coronel Valladares reconoce la tendencia: “Las cifras no confirman la cantidad de violencia intrafamiliar que hay aquí. Prácticamente todos los fines de semanas tenemos llamadas con pedidos de auxilio para detener esta violencia en las casas, pero al final las mujeres y familiares no hacen la denuncia”.

¿Por qué? Por el tema de la regularización. Hay agresores que están de forma irregular y otros que, ya casados y con unión de hecho —la normativa de las islas exige que pasen de 10 años para que alguien casado con una persona residente en Galápagos obtenga su residencia permanente—, se salen con la suya, por el temor de que sean expulsados.

—Una vez que se hace una denuncia se revisa de inmediato la situación de permanencia de la persona y le temen a eso —sentencia el jefe del distrito.

De acuerdo al Plan Estratégico para prevenir y erradicar la violencia contra las mujeres en el Archipiélago de Galápagos 2021 a 2025, entre marzo y diciembre de 2020 hubo 916 denuncias registradas en el ECU 911 por llamados de violencia intrafamiliar que no terminaron en denuncia. 

Esto es lo que se esconde en Galápagos, por debajo de la belleza que deja sin habla. Es la paradoja eterna.

Por la mañana hay que salir de San Cristóbal a otra isla. El muelle está lleno de turistas, lo normal a las seis de la mañana. Los lobos marinos siguen entre las piedras volcánicas que dan al agua, descansan y reciben sol y se pelean por las mejores posiciones. En el muelle, todos se fijan en un lobito que se acerca al grupo y cuando rompe la superficie del agua con su cabeza, una botella de plástico pasa por su lado.

Se olvidan del pequeño lobo marino y miran el agua. Está tornasolada, como si se hubiera regado aceite en ella, como si fuera normal. Lo humano impacta al Jardín del Edén. El joven lobo marino nada en esa agua sucia. No debe ser el único animal que lo hace, de seguro. Una nube negra se posa sobre ese muelle.

—Vamos a perder esto también —dice una turista guayaquileña a un lado. Se da la vuelta y deja de ver hacia el mar. A veces, mirando más allá de la superficie, los paraísos pueden romper corazones.

El agua sucia del mar, a la altura del muelle de San Cristóbal. Un lobo marino viaja sumergido por debajo. Foto: Eduardo Varas.
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