Cristina Orozco Espinel
Ingeniera Empresarial. Magister en Relaciones Internacionales por la Universidad de Melbourne. Estudiante de PhD en Economía de Género por la Universidad de Szeged. Ciudadana del mundo, radicada en Washington D.C. Sus líneas de investigación giran en torno a la Economía e Inequidad de Género.
Hace un par de meses caminaba por una estación de metro en Washington D.C. y observé un anuncio que decía “Please, keep your politics out of my vagina” (Por favor, mantén tu política fuera de mi vagina). Entonces pensé en Ecuador. ¿Desde cuándo utilizar mi cuerpo es un asunto político?
Irónicamente, después de más de 50 años desde que la Organización Mundial de la Salud reconoció al aborto como un problema de salud pública, el desafío todavía continúa. Abordar el problema del aborto inseguro es un imperativo de salud pública nacional y global, dictado por la magnitud del problema y su impacto en las personas y la sociedad.
Casi todas las muertes y discapacidades por aborto podrían prevenirse mediante intervenciones de salud pública, incluida la educación sexual, el uso de métodos anticonceptivos efectivos, la provisión de un aborto inducido por la ley y seguro, y una atención post-aborto humana y de calidad.
El aborto seguro continúa siendo un desafío para la salud pública debido a las diversas regulaciones legales nacionales restrictivas, el estigma prevaleciente y la evidente falta de compromiso político.
En este contexto, hablando específicamente de la negación del derecho de abortar en casos de violación por parte de la Asamblea Nacional del Ecuador, cabe indicar que el aborto (a petición) es legal en más de 50 países, en las regiones de Europa, América y Oceanía y el aborto (por violación) es legal en 38 países adicionales a las regiones antes mencionadas, incluidos países africanos como Angola, Ghana, Guinea, que son países igual o posiblemente más subdesarrollados que Ecuador. Es decir, el aborto por violación es legal en 88 países, el 45% del total de países del mundo.
Con estas cifras, versus la evidente opresión social, religiosa y política, en Ecuador cabe la pregunta: ¿Estamos listas las mujeres ecuatorianas para decidir sobre nuestros cuerpos? O, dicho de otra forma: ¿Está la política ecuatoriana lista para “permitir” a la mujer decidir sobre su propio cuerpo?
En contradicción, mientras organismos internacionales como la Organización de las Naciones Unidas y el Banco Mundial tienen como objetivos comunes de desarrollo alcanzar la equidad de género a nivel mundial, mientras nuestros políticos hablan de femicidio y de inequidad social, mientras nuestros alcaldes hablan de programas para erradicar la violencia sistemática, a nosotras, en la Asamblea Nacional -la institución que debería garantizar nuestros derechos- se nos niega el derecho a abortar.
En pleno siglo XXI nos jactamos de la libertad de elección y la libertad de derechos. Me duele y me cuesta creer que las mujeres sigamos luchando por ejercer nuestros derechos más básicos. Me duele que sigamos siendo un grupo marginado al que se le tenga que controlar y disponer con leyes que tratan a las personas de forma distinta dependiendo de su género.
Dejando a un lado el tema religioso que nada tiene que ver con la ciencia. Es aún más aberrante e ilógico tratar de entender por qué la sociedad pretende clasificar a las mujeres que deciden abortar, entre aquellas mujeres que han consentido una relación sexual y aquellas que no lo han hecho. Todo este escrutinio para la otorgación de un simple derecho a elegir, el derecho de abortar.
Es como lo leí en algún muro en las calles de Quito: “Los hombres piensan que, si se legaliza el aborto, las mujeres vamos a hacer del aborto un deporte”. Este tipo de pensamiento tiene mucha cabida en un país donde, de acuerdo a cifras del INEC, un 60% de la población femenina ha sufrido algún tipo de violencia física, psicológica, sexual o patrimonial y en 87% de los casos de violencia física el responsable es su pareja o expareja.
Leyendo estas cifras, vienen a mi mente las palabras de mi profesora de Género, en Australia: “Tienes más posibilidades de morir si eres casada que si fueses soltera”. Ante la risa de toda la clase mostró las estadísticas menos alentadoras que lo comprueban.
Absurdo, ¿verdad? Aún más absurdo cuando las estadísticas indican que la violencia de género es mayor mientras se incrementa el número de hijos; es decir, a partir del segundo hijo más del 48,3% de mujeres sufre algún tipo de violencia.
Entonces, me pregunto ¿Cuál es la delgada línea que separa el averno de la vida en familia? ¿Estamos soportando un verdadero infierno porque el estado habla mucho de equidad, pero no nos ofrece opciones tangibles para cerrar la brecha de género?
Para nuestro pesar las estadísticas continúan. No hay una provincia en Ecuador en donde la violencia hacia la mujer sea menor al 47%. Las mujeres ecuatorianas con menos educación son las más violentadas y el 90% de las mujeres divorciadas ha sufrido algún tipo de violencia.
En mi opinión, hay una sola variable común en el ejercicio de toda esta violencia. Esa variable es el hombre pretende hacer política (y politiquería) tomando y derogando decisiones sobre los cuerpos de las mujeres.
Tal vez hoy es el momento de ser más sensatas y un poco más empáticas. Ponernos a pensar en que todos defienden la nueva vida por nacer, pero ¿quién defiende la vida, la salud y los derechos de las mujeres, mayores y menores de edad, que no deseamos continuar con un embarazo? Acaso nosotras no tenemos derecho a continuar educándonos, a buscar una pareja que amemos, a tener una vida sin violencia o simplemente a hacer lo que nos parezca más adecuado para nuestras vidas. Si es tan sagrado el derecho a la salud y la vida de un feto, alguien podría explicar ¿por qué no es tan sagrado el derecho a la salud y vida de la mujer que ha engendrado ese feto? Es el mundo al revés, en donde solo los hombres toman decisiones sobre sus propios cuerpos.
Y esta vez se me hace graciosos a mí, porque no me puedo imaginar que a ellos nadie les dice como deben usar sus cuerpos; de hecho, ellos son más masculinos mientras más parejas sexuales tienen y pueden ser responsables o irresponsables con su paternidad que eso no es objeto de escrutinio de la política pública. A la final, el mundo está hecho así… ¿verdad? La sagrada mujer es la que engendra los hijos, la que pare con dolor y sufre en todo el trayecto, a la que se le niegan derechos, se abusa, se violenta, se niega, se mata… pero ellas siguen amando, siguen peleando por sus derechos.
Al mirar a Ecuador, lo único que veo es una sociedad olvidada en el tiempo, donde la mitad de la población aún se esfuerza por alcanzar a la otra mitad en materia de derechos y oportunidades.
Me dueles mucho Ecuador; sin embargo, siempre que viajo y me preguntan de donde soy, con una sonrisa digo “de Ecuador” y después que lo piensan por un rato, me dicen: ¿América del sur?… ¡Si! América del Sur, donde hay gente buena y sonriente, donde aún se siente profundamente la inequidad. Por ello, la próxima vez que vayas a juzgar a una mujer, a cualquier mujer, haz el favor de mantén tu política fuera de su vagina.